domingo, 19 de junio de 2016

OLIVEIRA DO HOSPITAL




















ZAPATERO REMENDÓN




El señor Carlos Malagueta, zapatero de toda la vida, hijo de zapatero, contaba que fue su abuelo, quien le enseñó el oficio que él había aprendido, en un viaje de su juventud, hacía muchos años, a la tierra de los artesanos, a través de la entrada del árbol de las tierras altas, pero aquello era una leyenda.
Fue su padre quien le transmitió el amor a esa profesión. Tenía el señor Carlos una tienda-taller con una variedad de zapatos para todos los públicos que exponía en un pequeño y coqueto escaparate con estanterías de vidrio y un pequeño toldo que le protegía de esos días luminosos del verano, y eso siempre se lo agradecían los zapatos y botas que vivían en permanente espera para salir al mundo, en los pies de sus compradores, algunos con menos suerte habían quedado relegados en el pequeño almacén de la trastienda, aguardando mejores tiempos. Y allí estaba en el suelo, detrás de la puerta, un par de zapatos del numero 34 blancos y con un pequeño tacón que les daba una apariencia delicada y que se quedaron sin vender porque todas las jóvenes que se los probaron, tenían los pies un poquito mas grandes, como decía discretamente el señor Carlos. Junto al par de zapatos blancos había otro par de botas que su anterior dueño había dejado allí al comprar otros, y que nunca había pasado a recoger como había prometido.
Por la noche, en el justo momento que daban las 12 de la noche, el par de botas viejas solía contar al par blanco como había sido su vida en el mundo, sus viajes, sus aventuras compartidas con su anterior dueño durante muchos años, gracias a los cuidados y al betún que le daban cada vez que salían de paseo, y a la calidad de los materiales con los que estaba construido, como decía con justo orgullo. Pero el par blanco solía caer en una melancolía que no podía soportar y aunque tenia imaginación no podía comprender como seria el mundo exterior.
Las primeras luces del amanecer ya apuntaban por el ángulo izquierdo de la puerta del almacén entreabierta, pronto su patrón aparecería con su presencia grande y deseada, entraría en el almacén, cogería el plumero y empezaría su rutina de todos los días hasta el sábado, después venia el día mas triste de la semana, la soledad del domingo, día de nostalgia para unos y de ansiedad para otros, después venia el lunes, donde comenzaba la ilusión y la esperanza.
Entro la primera cliente y todos los zapatos de la tienda se pusieron en la mejor postura esperando ser elegidos.
Buenos días señor Carlos, dijo la jovencita con su mejor sonrisa.
-!Buen día, princesa, cuanto has crecido, que linda estas!
-Quería un par de zapatos blancos, pues me voy a casar.
-Felicidades, voy a ver, que te puedo ofrecer.
Y sacó un par precioso que le probó a continuación.
-Me gustan pero están un poco grandes
...Y así siguió la cosa, que si un poco oscuro, que con poco tacón, ninguno se parecía a lo que ella quería.
-Voy un momento a la trastienda.
Y justo en el instante en que el señor Carlos abría la puerta un poco mas para entrar, la bota del pie izquierdo que alguna vez había dado patadas al balón, dio una patada al par de zapatos blancos, poniéndolos en el camino del patrón, que tropezó con ellos y que casi se cae, pero sirvió para que reparase en ellos y rápidamente los cogió y con esmero los limpió retrocediendo para enseñárselos a la joven novia. Cuando ella los vió, enseguida surgió un flechazo en ambos sentidos, se los probó y le quedaban como un guante.
-Me los llevo.
Dijo ella toda feliz, y así quedaron todos contentos. Bueno todos no, el viejo par de botas quedo un poco triste, en espera de que su anterior dueño volviera a recogerlos.
...Y el tiempo paso, y al cabo de 2 años y también un lunes a primera hora, entro la primera cliente del día.
-Buenos días señor Carlos.
-Buen día princesa, cuanto tiempo sin verte.
-Venia a comprarme unas botas y me gustan esas que están en el escaparate.
El señor Carlos las trajo y al quitarla los zapatos que ella traía, reconoció los que ella se llevó para la boda, estaban bastante gastados, pero seguían siendo elegantes.
-Han sido unos zapatos muy buenos pero ahora quiero estas botas, para el Otoño. Que bien me quedan, que bonitas son, me las llevo puestas.
-Los zapatos me los repasa y ya volveré a recogerlos otro día.
Y terminado el asunto salieron la joven y su par de botitas nuevas tan contentas al mundo real.
El zapatero dejo los zapatos que había dejado la joven, al lado de las antiguas botas, en el almacén. Y la anterior pena de los zapatos blancos se disipó en un segundo, tenía tantas cosas que contar, tenían tantas cosas que decirse, que mal podían esperar a que dieran las doce de la noche.
La hora mágica para todos los habitantes de la zapatería del señor Carlos Malagueta.

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