EL PUEBLO BLANCO
Érase una vez, un pueblo. Un pueblo muy especial.
Las casas eran blancas, las calles eran blancas. Los arboles, los pájaros, los gatos y los perros. Las personas era blancas y los niños, los niños eran muy revoltosos, pero también eran blancos. Todo era blanco. Las nubes, el sol y la luna, las estrellas. Todo, todo y todo.
Y así era imposible darse cuenta de muchas cosas, de muchas diferencias, y la gente se iba cansando de aquel maleficio que la bruja Arcada había arrojado a el pueblo y a sus ciudadanos por haberla expulsado, tirándola al río. Pero hacia tanto tiempo que los lugareños ya ni se acordaban.
Un día don Senén, pescó un pez de color rojo y fue corriendo al pueblo a enseñarlo. Todos se maravillaron, al descubrir que había peces de otro color. Así que fueron a casa de Brujelio, en el árbol del bosque del pueblo, donde vivía Abishinky y le pidieron que hiciera un hechizo. Y a cambio le darían una moneda de oro blanco. El brujo acepto el encargo, cogió su cesta de ir a por setas, su navaja y su bastón y aquella misma noche de luna llena salió hacia el bosque.
Y fue cogiendo, rayos de de luna llena dorada, mojados, sombras de cogumelos florescentes y suspiros de conejos, comiendo hierba blanca. Pidió a una luciérnaga azul, un rayo luminoso. Después recogió raíces de piedras escondidas y una pluma de colorín albino enamorado. De regreso al pueblo, cogió agua del río del pez de color rojo.
Ya empezaba a amanecer y corriendo y a veces volando en su escoba mágica llegó a su casa en el árbol gigante, donde el vivía desde siempre, un poco antes de que amaneciera.
Con un toque de su varita mágica, encendió la lareira y puso en un puchero de barro blanco agua a calentar. Coloco todas las cosas que trajo del bosque, encima, de su mesa de trabajo.
Sacó un tarro, abrió la tapa y con una cuchara de madera de árbol, deposito dos medidas en el puchero, después escancio en un tazón, lo que seria su desayuno:un café. Después sacó una petaca y se pego un lingotazo de aguardiente de hierbas. Mas satisfecho ya, saco un mortero y comenzó a pesar y a medir todo lo que había traído de su viaje nocturno. Por ultimo añadió el agua del pez de color rojo, lo removió bien y lo saco a la ventana, en el justito momento que empezaba a mecerse el primer rayo de sol movido por una rama del árbol que le acogía.
Al poco tiempo aquel hechizo empezó a hacer efecto, desprendiendo humo de colores que empezó a extenderse poco a poco.
Y donde el humo acariciaba, cambiaba el color. Así fueron apareciendo tantos y tan variados colores, tantos tonos diferentes. Los verdes, fueron apareciendo en las hierbas, hojas, y en algunos ojos de las niñas bonitas. Los rojos, los amarillos, azules, negros y grises. Todos los colores fueron ocupando todas las cosas y la gente quedó feliz. Bueno casi feliz, algunos se quejaron de que el hechizo del mago, dejo muchas cosas blancas, que no quisieron cambiar de color. En fin.
Ahora, cuando vas al pueblo de los blanquitos, todo son colores, alegría y vida,...Y el café del brujo que antes era blanco, ahora es oscuro y riquiiiiisimo.

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