EL DUENDE
Las zapatillas de baile.
Las zapatillas de baile.
...Cuando oí aquel nombre...Abishinky, sentí que algo estaba equivocado, pero todos miraban en mi dirección y claro, volví a escuchar con más potencia aquel nombre que me sonaba extraño, pero menos que la primera vez y no tuve más remedio que contestar
-Que!
-Que!
Todos se quedaron quietos, pero seguían mirándome.
-Estas muy raro, Abishinky.
Me dijo don Brujelio, el señor del sombrero puntiagudo.
-No pareces el mismo.
Insistió.
Yo enseguida reconocí al brujo mayor de la aldea de las tierras altas y me tranquilice.
Aquel personaje, me había dado un don, que había modificado mi existencia, yo era un duende y mis poderes eran una consecuencia de los deseos de mis vecinos.
Si por ejemplo, la señora Flora, quería que lloviese, yo tenía que complacerla, sin perjudicar al señor Eugenio, que desde que se había quedado viudo, tenía que hacer la colada, el solo y necesitaba sol y un poco de brisa del bosque para que su ropa se secase y cogiese aromas de romero y albahaca, de pino piñonero y de retama.
...Y ahí, estaba mi dilema, cómo complacer a los dos, sin perjudicar a los niños del colegio, que estaban aprendiendo a nadar en el estanque de la casa de doña Clara y que necesitaba el agua del arroyo del río Cavalos, para terminar de llenar aquella gran charca donde siempre habían chapoteado todos los niños y algunos más grandes, desde los tiempos en los que aquel ladrón de agua secó la laguna.
-Quiero que mañana, mi tarta de chocolate sea la más rica de la comarca, adiós.
….el brujo de la cueva, termino de decir esto y desapareció, pero a mi no me engaño, él, con total seguridad estaba ahora tan ricamente en su cama, en su cueva, en su casa.
...yo tendría que buscar los productos maravillosos para que su tarta de cumpleaños fuera la más rica de todas las tartas, así que a todos los ingredientes le añadí uno muy especial....pimienta tricolor...roja, amarilla y morada....la mejor. Ese es un gran secreto de mi cocina, la pimienta para todo, frutas, verduras, carnes, pescados, sobremesas, pastelería.
….Si había alguien que fuera malo-malo, o muy gruñón y que encima era pedorro, era don Pegón, no saludaba a nadie, era un mentiroso terrible, pedía cosas y nunca las devolvía y si le gustaba algo, lo robaba y nunca tomaba baño.
La decisión del consejo popular fue claro: don Pegón, no tenía sitio en el pueblo.
-Que puedo hacer.
Mis palabras ni tan siquiera eran una pregunta, realmente no sabia que es lo que los consejeros querían de mí.
-No queremos que lo mates, solo que lo traslades durante un año lejos de estas tierras, después ya veremos.
Yo comprendí en ese momento, el significado exacto de esas palabras y debo decir y lo digo, que en aquel instante, estuve de acuerdo.
Esa noche no pude dormir, los ladridos de los perros de don Pegón, que encima era mi vecino, me quitaron cualquier duda, yo colaboraría para ayudar a la comunidad a solucionar el problema.
Por la mañanita, muy temprano, justo cuando los perros del señor Pegón y un gallo viejo, que había aprendido a ladrar, se callaron, me desperté y me acordé de aquel par de zapatillas mágicas que me había regalado, doña Vanesa, para que aprendiese a bailar y que tenía una especie de control, para que se quedasen quietas y que no voy a decir, pues es un secreto, así que las saqué de mi armarito de los zapatos y otras cosas y las contemplé, realmente eran preciosas, las pase un cepillo y no se si por las cosquillas del cepillado, o por la emoción de verme, se pusieron a bailar, ellas solitas.
-Quietas por favor, que estáis levantando mucho polvo.
Y como no me hacían caso dije la palabra mágica, que aquí no voy a escribir y a regañadientes, se pararon una al ladito de la otra.
-Así me gusta, queridas, os voy a sacar al alpendre, para que veáis este sol de amanecer precioso. Y dicho y hecho, las cogí con la mano derecha y con la izquierda según salía, cogí una rosquilla de anís deliciosa, coloqué todo encima de la mesa de madera de árbol, entré a por la infusión de hierbas del bosque y al salir, allí estaba don Pegón, sonriente y contemplando mis zapatillas.
-Que digo yo.
Dijo mi vecino.
-Que son unas zapatillas muy bonitas y creo que son de mi horma.
Ni un buenos días ni nada, don Pegón, era así, siempre a lo suyo, sin darme tiempo a saludarle, el continuo.
-Que digo yo, que si fueras buen vecino me las dejarías para ir este sábado a la feria del pueblo.
El no sabia que yo tenía prohibido prestar las zapatillas.
-No puedo, tengo que ir al baile con ellas, lo siento.
Dije esto mientras me introducía en mi casa y a través de la ventana vi como las cogía y se metía rápidamente en la suya.
Que malvado, el ya me había robado dos paraguas y una silla moldeable, que siempre se acoplaba a los culos de todos, lo mismo niños, que gordos o viejos, yo sabía que el vecino era el culpable, pero nunca dejaba entrar a nadie a su casa, en fin eran tantas las cosas que no quiero perder el tiempo en enumerarlas.
….y llegó el sábado.
Salí a desayunar al alpendre, en una mano el plato de galletas de nata que me había regalado doña Olinda, a cambio de una docena de huevos de mis gallinas, que siempre tenían dos yemas, menos los de mi gallina Gina, que los ponía de tres yemas y más grandes, eso si apretando. En la otra mano mi tetera aromatizaba toda la terraza y allí mismito estaba don Pegón sonriente y vestido de domingo, le mire a los pies y traía sus propios zapatos apestosos de siempre.
-Que digo yo, que esas galletitas tienen buen aspecto y con el aroma de la tetera, se me está abriendo un apetito y no me importaría probarlas, a ver si me gustan.
Mis deberes de anfitrión, me pudieron, así que le puse una taza de té y le invité a sentarse, en un pis-pas, se tomó dos tazas y se comió todas las galletas, menos la que yo tenía en la mano.
Que digo yo, que si no quieres mas que yo me la termino.
Así que me quitó la última galleta, mientras se levantaba.
-Que digo yo, que como voy a ir a la feria, que voy a desayunar rápido, para llegar pronto.
Entró en su casa y en un par de minutos más, salió masticando aire, pues a veces hacía como que comía, para aparentar.
Eso sí traía su habitual bolsa en la mano.
-Que digo yo, que adiós.
Y allí iba don Pegón, con aquel culo gordo, bamboleando aquella barriga insaciable, camino de la feria.
Le dejé que avanzase un poco y salí detrás a espiarle.
Llegó a la fuente, miró a los lados, se sentó, sacó mis zapatillas de su bolso, se quitó sus zapatos, se colocó las zapatillas en los pies, sonrió, guardó los zapatos en el bolso y se puso de pie.
….y lo que tenía que pasar, pasó, comenzó a andar normalmente y a los ocho pasos, empezó a tener cierto ritmo en su caminar, parecía mismo como si bailase, hasta daba vueltas, eso sí con ritmo, mucho ritmo.
Intentó disimular, pero los demás vecinos con los que se cruzaba, comentaban entre si, "esta muy contento don Pegón", "esta hecho un bailón", "el aguardiente mañanero".
Pero lo cierto era que mi vecino abusón, estaba ya un poco fastidiado.
Como pudo dió la vuelta para emprender el camino de retorno a su casa, así que yo hice lo mismo y me senté en el porche, al poco llegó el a buen ritmo.
-Que digo yo, que no se que me pasa, pero que no puedo parar de bailar, que me he comprado estas zapatillas en la feria y me han salido bailonas.
-Se parecen mucho a las que me han robado en mi terraza, yo diría que son las mismas.
Al oír esto las zapatillas viendo que nadie las decía la clave para estar quietas y habiéndose enfadado con el ladrón mentiroso, empezaron a bailar a un ritmo más potente, mientras subían la cuesta, alejándose un año del pueblo y llevándose a don Pegón, aquel mal vecino, lejos, muy lejos, eso si, a ritmo de baile.

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