viernes, 22 de julio de 2016

CUENTOS DE MALCATA





MALCATA. 1

 Los rusos, era el nombre que tenían, heredado del padre de José, que había estado en la primera gran guerra y que por suerte fue uno de los pocos portugueses que se salvaron de la escabechina, lo que no evitó que estuviera unos años trabajando acá y allá, por Francia, donde aprendió el idioma y cogió algún acento, que a la vuelta a Malcata, confundió a la gente y todos decían de el que hablaba en ruso y así quedaron bautizados, el, Sara, la novia del ruso y después sus hijos y demás. Pero el patriarca solo estaba interesado en comprar aquellos terrenos y recuperar aquella casa de piedra y aquellos corrales.
Siempre que iban al corral, volvían con algún chichón en la cabeza. Y así estuvieron, durante mucho tiempo, investigando el origen de tanto cabezazo en sitios del corral, donde antes pasaban con holgura. Midió el señor Ruso, con un palo, la altura de la puerta y vio que era mas grande que la altura del interior del gallinero. Con esos datos se quedo pensativo, durante un par de semanas, una nueva descalabradura, le animo a seguir investigando en el tema. Llamo a su mujer.
-Maria!
Ella acudió solicita, como siempre que intuía que era importante el asunto.
-Dime, que bicho te ha picado ahora, que eres un pesado.
-Vamos a hacer una reconstrucción, de nuestros movimientos, cuando entramos a la cochiquera y nos damos esos coscorrones, entra tu primero, Maria y yo voy mirando y analizando los hechos. 
Maria, bajó los ojos, modestamente, como hacia siempre que su marido le hablaba con aquella sabiduría y autoridad.
-De eso nada, guapo, entra tu primero, si quieres, que yo aun tengo los cuernos de  ayer.
-Pero mujer, por favor.

La señora Maria, cuando oía a su Jose, pedirle las cosas, de esa manera, pensaba que le iba a pedir alguna cosa de esas, vamos, de esas cosas que no hace falta nombrar y que los hombres siempre quieren. Aunque Maria siempre decía que de sexo ella podía hablar con la cabeza muy alta, y que su Jose era el que había estrenado la cafetera y que nadie mas había ido allí nunca, que ella era muy limpia y que nunca sintió nada pecaminoso en el acto conyugal, que su marido era rápido y no la molestaba durante mucho tiempo. Que ella estaba contenta con lo que tenia, no como su hermana Paula, que pedía a  Santo Antonio, que le rebajase el ímpetu a su Ricardo, que aunque le estaba agradecida por el novio que le preparo, consideraba que ya iba siendo hora de disminuirle la frecuencia, que la tenia desollada, desde  el primer día de casada, y ya habían pasado 12 años y tres hijas, y que necesitaba un descanso en la entrepierna. La gallina Gina, oía el dialogo con cierto regocijo, ella y los compañeros del corral hacían apuestas y el señor Ruso iba ganando por un chichón de diferencia, ella gustaba del jefe, como solía decir cuando le nombraba y su mierda era mas rica que la de su mujer, tenia mas contenidos aromáticos, y sabores mas complejos y la sola presencia en el corral y aquella mezcla de olores a orines y sudor, a tabaco y vino y otros, la volvía loca, no es que quisiera tener un romance con el, pero si tenia un cariño casi enfermizo, aunque no tanto como otras, que ella había oído decir que un vecino viudo tenia un corral muy bien atendido, y que un día que se presento en el corral con una mujer con la que al parecer quería mantener una relación  estable y otra relación allí mismo en el gallinero delante de todos, y que todos un poco indignados y empleando la violencia les habían dado un sobo a los dos sobre todo a la mujer, picotazos, mordiscos y el cerdo aprovechando el descontrol la había dado un lengüetazo allí mismo, pero allá no debió de gustar porque no le hizo ni caso, ni volvió al corral nunca mas, ni a buscar aquellas bragas tipo faja lo que no evito que el cerdo se quedase con ellas, cosa que el considero un regalo, ensimismandose muchas veces como si estuviera ido, pero de ese tema nunca quiso hablar. Pero eso era otro asunto. La vida en el gallinero discurría con total normalidad, vamos una vida de cuartel con horarios naturales, como los del señor Ruso, de sol a sol. Por la mañana aparecía el jefe primero y allí estaban todos esperando la comida, otras coincidían los dos y aquello si que era una fiesta, después les echaban algún resto de comida mas y al patio a pasar el día picando todo lo que se movía y siguiendo al cerdo que hocicaba debajo de las piedras, disputándole alguna lombriz, que el se dejaba arrebatar amorosamente, pero solo con Gina, eran amigos hacia mucho tiempo, y aquella huelga de huevos caídos les unió mucho.

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